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sábado, 28 de enero de 2012

Homenaje


Antes de acostarme tengo la necesidad de trotar con avidez sobre el avanzado y escaso diccionario que poseo y contar con sus letras los vientos lejanos del Ritmo que ya se fueron. Simplificar mis ganas de contar sobre aquel escenario con fauces, aquel agitador de calambres, el amante perfecto que me hizo sonreír, sacar mis sudores, descalabrar estos huesos, lo que significo para mí sus noches. Fui rasgado por Júpiter y sus colores. Las Sibilas poseídas profetizaron la venida y la noche levantó su manto con los relojes parados y tropecé a sus pies. Ahí están el tic tac lento de aquellos veranos sin parangón. Sus luces de sexos ardientes solo para la soledad del que narra. Desmonté mis huesos al placer de las pistas todopoderosas. Bailando poseído. Arrancado a cuajo de mi realidad gris. Transportado a la necesidad de volar como Ícaro. Sin tropezar con el sol que me hubiese visto caer. Los sacerdotes de la noche, renegados, murmuraban. Las brujas traidoras repartían, muy a su pesar, los cristales incandescentes, los colores borrachos, sobre mi piel de alabastro. Morena mis alas, moreno mi sudor, se acercaron al Ritmo, esa forma de vida necesaria y vital, esa otra galaxia salvaje, incomparable, única, feroz, tan rápida que ni siquiera un Somorrostro que vio parir a la gran Carmen, hubiese llevado el compás, mi compás. Frenéticos ritmos tan cargados de sinceridad, de sexualidad que ni un Premio Nobel darían a estas letras, hambrientas de todo para consolar el paso del tiempo todopoderoso. Extendidas las alas sobre las decrecientes horas del día, subí sobre las sombras al mercado del Antro. Negocié mi último trato: Poder bailar incansable en sus vísperas con mi cuerpo de ébano. Bañar en sudor los senos de la música loca. Abrazar sus cuerpos de misterio. Revolcarme poseído por todas sus fronteras. Reflejos! Reflejos! Y más reflejos. Ardientes amantes sobre mi paraíso de carne. Carillones posados en los aposentos de la noche se lamentaban porque no salía, porque permanecía cautivo, el antro me tragaba una y mil veces sin ganas de salir de el. Los ángeles susurraban mi extravío. El sol rompe sus cadenas. La madrugada de va como Celestina traidora. El antro echa sus cerrojos de oro. Mis zapatos lustrados dejan el Edén que pisé. Ahí están todopoderosas las bolas de cristal. Ellas me han despertado esta noche. Sus reflejos ardientes homenajeo a placer. Sobre mis comisuras corren los recuerdos. El abracadabra rompe el hechizo deseado, contar. Mi avidez disminuye, los gritos de antaño, sus canciones todopoderosas, los ritmos agitados y rápidos, me abrazan y reconfortan, ya puedo ir tranquilo al camastro actual. Sin ser fui. Sin amar me amaron. En el Edén quedó lo que fui, pólvora y sobre sus resquebrajos cansinos y agotados, sobre sus techos y paredes aquella hermosa esencia de los 70 y 80 años que nos narró, en forma de músicas, el pasar de un tiempo: Truhán, agitador, amante, amigo, sudoroso, perfumado, maldito, encantador, ángel y demonio, trasnochador. Su sexo agitó mi galaxia de ébano y esta vida fue amortizada solo por el hecho de que fuimos amantes y amigos. Gracias Don Disco. Te quise ayer y hoy, mañana y siempre. GRACIAS.

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