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viernes, 3 de junio de 2011

** REGALOS **

QUIÉREME O DÉJAME. Cuando alguien posee algo bueno todo el mundo quiere un trozo después. Ahora estoy asustado de estar en la Eternidad complaciente porque enriquezco por segundos cuando me emociono, esta vez en tensión, es más trágico, más doloroso, que llorar o reír, pero otra virtud que poseo al disfrutar de pleno de un films. He visto una película del director Charles Vidor, dónde un posesivo Martin Swyder ( Sorprendente James Cagney ) agobia a la exuberante Doris Day, cantante de cabaret, hasta acabar todos de los nervios, incluido yo. Me das diez centavos por cada baile, rezaba una de sus canciones, insinuando que era turbia, turbulenta y de mala vida, atisbé la felicidad plena pensando que en ese último tema lo mandaría al carajo, con esplendida cojera incluida, pero ¡no! Aguantaba el chaparrón, dejándome sentir la soledad, deseando que pasara algo y el amante bueno venciera ¡que va! Encima le da un tiro. Los ácidos de la cena suben a placer, le tengo manía merecida a Martin y al final un acto de generosidad por parte de la mártir Doris que le llena el local y le canta vestida de verde y así le paga lo que le debía. Me dije esta es santa ó generosa o el guionista tubo un buen día y lo vio así. Yo le hubiese dado una patada merecida en el segundo antro dónde la metió y adiós bicho. Siempre pensé que la Doris era una bobalicona, aquí, en Quiéreme o Déjame lució el tipo y la interpretación. Se ha terminado mi sueño de felicidad. El reloj canta que no soy nada y avanza, yo con el. No tengo pitillos hoy, le harían mal a mi acidez, a veces acierto, esta noche es una de esas clarividencias dónde echo de menos a mis acolitas humaredas y los submundos que me ofrecen. Una vez en clase de químicas unté un poco de cobre con estaño y vendí el bronce por unos besos mal dados y una entrada para el cine. Siempre me parece todo irreal, un sueño, un día dónde nunca estuve y nada hice. Palpo estas carnes que desaparecerán, convirtiéndose en no se qué, no tengo miedos, soy deseo y un quiéreme o déjame como ese titulo que he degustado. Debo confesar que cuando pienso recuerdo y cuando lo hago estoy tendido en la hierba verde de algún campo a las afueras del pueblo, haciendo picadillos sus puntas frescas y tiernas, las Altarreina, la de las Siete Sangrías, los Helenios, la Raíz del Moro, los Eléboros, Botones de Oros, las Estrellamares o las Hierbas Sagradas, las Verbenas, las acaricio paciente, entre veredas añejas, sobre eras repletas de haces, en paredes con acerones ácidos y lagartijas rápidas y asustadas. Las marrales huecas, su calvario y los escondrijos me entretenían felices e inocentes pero sin sentimientos, mientras la semana pasaba y me tocaba limpiar el cine para poder entrar a ver una historia nueva. Que bien me siento. ¡Cagón! Ahora me viene esta voz de antaño que me permite recordar que no soy un sueño y que todo sucede, en el retrete se habían metido unos cuantos a fumar, yo bajaba las escaleras que dan al proyector ¡cagón! ven con nosotros, el cine era nuestro, sus estancias amplias y misteriosas, aquellos energúmenos tenían los penes fuera de los pantalones, había retratos de actrices de los reinos de algún sultán de la Metro, en sus manos, venga ¡mira esta tía! Y esta ?. Se llaman, les decía con paciencia Ava, la otra Paulette, Mirna, Joan, Hedy, Mae. ¡Bah! Me soltaban con desprecio e insultándome los dejé con sus "Manus Turbare", aunque algunos hacían el intento y se hacían los más machos, eran minúsculas ja ja. ¡El Cine! Mi tesoro iracundo, vicioso, el placer supremo junto con la Música. El olor a pipas y cigarrillos, el murmullo del acomodador en alguna fila lejana, mandando a callar al imbécil de turno, siempre hubo algunos, el ronroneo del proyector y su haz de luz, las ventanas redondas abiertas en verano con largas cuerdas por dónde se podían abrir o cerrar, su calefacción de tablas, las cortinas rojas y sus tres puertas de acceso, dos laterales y una central con rombos de cristal y el portero de pié, que al terminar la proyección corría, presto, las cortinas rojas centrales para que la turba saliera somnolienta, abrazados unos con otras, o sueltos pitillo en boca. En estos instantes diría con placer y añorando todo aquello: Quiéreme o Déjame. Tal vez me corrompería y le daría mis últimos diez centavos y así deshacerme de este atasco de soledad y bailar con él. El Cine. Desnudarnos con desorden, puestos el uno con el otro sobre las sabanas de la Música, en algún lugar apartados de las corrientes que todo lo saben, traen y llevan. Y volverían todos mis amores de todos mis años, ha hacernos un harén dónde solo cupiésemos él y yo, las emociones, mis hierbas arrancadas pacientemente, casi de forma mecánica, mientras intuía por dónde ó hacia donde se dirigían las hormigas, grillos, abejas, saltamontes, gusanos, caracoles etc, quizás tuviesen sus cines también, quizás un gran corazón sea blanco de las pesquisas de los que solo hablan de gentes y no de ideas. Tengo ideas opuestas y las dos me gustan. Me asusto de estar en la Eternidad mucho tiempo y tengo mis últimos diez centavos preparados en las faltriqueras de mi safari gris. Déjame sentir la soledad después te daré lo que me pides.

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